Si existe un momento concreto en el que llega la madurez, debe ser aquel en el que uno por fin deja de culpar al resto del universo, de todo lo que le pasa. Como ninguna vida es exactamente igual a otra, este momento para algunas y algunos, quizás nunca llegue. Quizás a algunos este momento les llegue demasiado pronto, o demasiado tarde, o nunca. Pero si llega, podremos decir que hemos madurado al menos en parte.
De pequeños todos queremos ser algo
en la vida, pero no nos remontaremos a la infancia. Al menos hoy no. Pero entre
el “de mayor quiero ser…” hasta el pago de tu última factura, han debido pasar
algunas cosas que te hayan hecho llegar a donde querías, o que al menos parezca
que lo hayan impedido. Quizás estos hitos se hayan dado más en uno mismo, que
el resto del mundo que nos rodea, a efectos de lo que el éxito o la gloria se
refieren.
Quienes recitan mantras exculpatorios
de forma habitual, no aportan soluciones. Gastamos demasiado tiempo buscando e
identificando culpables y responsables ajenos o externos a nosotros mismos.
Demasiado. Dicho de forma más grosera, podemos decir que tendemos a echar la
mierda fuera aunque sea nuestra, aunque nos pertenezca y lleve nuestro código
de barras puesto. Es más fácil quedarse sentando y apuntando con el dedo al
resto del mundo, o a una persona concreta, que levantarse y ponerse a trabajar
por lo que uno quiere. No nos gusta convivir con la mierda, nos hace sentirnos
sucios y antes de tirar de la cadena, decimos que es de otro.
Por otro lado, no todo depende de
nosotros. Creer eso, es el origen de muchas frustraciones. Más en un mundo, en
el que el mérito profesional, la capacidad, el esfuerzo e incluso los
resultados, pesan menos que la confianza, los dones comunicativos o la fama,
independientemente de cuál sea su fuente. En puestos ejecutivos te encuentras a
personas sin formación, irresponsables, ignorantes en muchas cosas, a veces
demasiadas cosas… mientras que tienen una base de trabajadores, algunos con dos
carreras, tres idiomas y especialistas en alguna disciplina, cobrando menos de
mil euros al mes.
Lo has visto tú, lo he visto yo, lo
hemos visto todos. No queremos eso, no nos gusta eso. La única forma de sentirse
a gusto con ese ideario, es que tú seas el
princeso coronado según esa pauta, porque si eres “el inútil de arriba” es
lo mejor que te puede pasar. Figurines de cara aseada y manos de obispo,
engarrulados con tres o cuatro cargos, poder ejecutivo y despachos en los que
se puede celebrar un concierto antology.
No es económico, no lo es… y todos lo sabemos; pero querido hermano, ese no es
tu techo de cristal.
EL MIEDO MARCA MUCHAS DECISIONES
El techo de cristal, es quedarse en
la queja y asumir esa realidad como impuesta. Puedes decir: es un puto enchufado… me pagan poco… es que
vivimos en un mundo machista… todo esto y mucho más, para justificar que si
te quedas, la culpa la tendrá siempre otro u otra. Si estás donde estás, es
porque un día tomaste una decisión: quizás fuese una decisión de renuncia, una
decisión basada en tu seguridad familiar, una decisión que te eximiera de
responsabilidad hasta cierto punto, etc. Quizás no fueses si quiera consciente
en ese mismo momento, de las implicaciones que esa decisión, tendrían en tu
vida. Pero la tomaste tú y no otra persona.
La obsesión por la seguridad en el
Occidente que llamamos “civilizado” marca las decisiones de cualquier hijo de
vecino, mucho más que cualquier emperador de despacho, mucho más que cualquier
letra escrita que te dicte una norma que te afecte. Y basados en ese miedo a
perder esa seguridad, decidimos con más o menos agrado, quedarnos como estamos.
El asalto al poder, no es más que el “quítate tú para ponerme yo”. Cambiar un
enchufe por otro; porque después ni Cristo se quiere bajar del trono cuando le
ha tocado el turno. Eso es algo que también hemos visto todos, no solo por TV:
también está en los libros de historia.
De todas formas, ese qué quiero ser de mayor, desaparece en
cuanto te das cuenta que ya hay gente más joven que te supera. Es ley de vida,
no hay que alarmarse. Es algo natural, en ese momento te das cuenta que en
efecto, ya eres mayor y no vale tocar la misma canción de reclamo. Quien no es
capaz de ver esto, no madurará en su puta vida.
No puedes culpar a nadie de las decisiones que has tomado, ni de los riesgos que no has asumido, ni de tu calidad de vida, porque eres responsable de tus actos. Legalmente, desde la mayoría de edad, pero realmente… desde que tomas una decisión que te afecta. Podemos llegar a ser humana, personal, económica y profesionalmente importantes. Pero nunca tan importantes, como para pretender que si no escalamos, es porque alguien nos está poniendo un techo de cristal, a nosotros y solo a nosotros. Si no asumimos riesgos, ni damos la cara, ni ponemos el motor en marcha, no tenemos derecho a quejarnos. No puedes pedirle a otro que luche por ti, ni aunque te represente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario