En 1968, Stanley Kubrick nos mostraba
en 2001 Odisea del Espacio, a unos primates que se estaban despertando a los
pies de un monolito. Estaban tan tranquilos durmiendo y el primero que abre los
ojos, se percata de la presencia de ese elemento extraño. Alguien lo había
puesto allí sin avisar. A partir de ese momento, los homínidos se alteran, no
saben cómo reaccionar y comienzan a comportarse de forma nerviosa. Seguidamente,
uno de los primates llamémosle “el listo”, cae en la cuenta de que si coge un
hueso, puede utilizarlo como instrumento, y empieza a dar golpes a modo de
ganarle una pelea, a cualquiera que se le ponga por delante. Estamos ante “el
amanecer del hombre”.
Hoy vuelvo a ser un neandertal
escribiendo desde su cueva: últimamente he visto en las páginas de noticias que
sigo, aplicaciones de la robótica que me ponen los pelos de punta. Si yo
hubiese sido uno de esos primates, que se despertaron a los pies del monolito “del
progreso”, probablemente hubiera salido corriendo en sentido contrario en un
primer momento, o bien me hubiera acercado después, cuando se hubieran ido los
borregos adoradores, para ver con más calma de qué iba el tema sin montar tanto
número.
No me dan miedo los avances tecnológicos,
lo que sí me da un miedo real, es que se esté apartando lo humano por
considerarlo imperfecto. Y lo que es peor: que los programas, interfaces,
robots o simuladores que ya se están introduciendo en el mercado a diferentes
niveles, estén destinados a que el cliente, o el usuario, desarrolle un vínculo
emocional, o una experiencia a través de ese programa o esa interfaz, sin haber
tenido o consumido esa experiencia real.
Ese dichoso hueso que agarraba el
primate (supuestamente) más inteligente que el resto, hace que ya no sea él
mismo quien por sí solo gane una pelea, o pueda cazar una presa. Le creará una
dependencia, que en un primer lugar le dará una ventaja frente al resto, pero
le hará perder u olvidar lo que es sentirse semejante, trabajar en grupo y
siempre que lo tenga a mano, a inspirar un miedo o un liderazgo, que le durará
hasta que venga otro y le quite semejante cetro de poder.
OYE PRIMO, DALE AL BOTÓN… ¡A VER QUÉ PASA!
Así de esta forma tan simple, es como
poco a poco vamos durmiendo nuestro instinto, centrándonos en las herramientas
y adaptándonos nosotros a ellas, más que ellas a nosotros. El primate ya no
porta un hueso en mano, ahora va vestido y lleva un teléfono móvil. Incluso el
concepto de móvil ya está anticuado, dichoso cacharro del que ya uno no se
despega ni para dormir, porque lo tiene todo ahí: hasta el despertador ¿y si te
lo quitan o te lo roban? Parece que se termina el mundo ¿verdad?
Poco a poco vamos cambiando nuestro
centro, aborregándonos a voluntad. Aplaudimos mientras dejamos entrar todo
aquello que nos sustituye y nos desplaza porque brilla. Definitivamente los
primates de inteligentes, no sé si decir que tenemos poco, o que toda nuestra
inteligencia se encamina poco a poco hacia la autodestrucción, creando
herramientas que nos convierten en inútiles apretadores de botones y contempladores
de monitores.
Experiencia y emociones, todo en función de la
autosatisfacción individual, que nos aparta del mundo real que nos rodea, y nos
centra solamente en lo que nos hacen sentir las nuevas herramientas. Si lo
piensas, es un proceso de estupidización e inutilización masiva de nuestras
propias capacidades, pero como lo hace todo el mundo, y si no lo haces “estás
out”… nadie se lo cuestiona. No sé si quedará alguna cueva libe por ahí, en
algún lugar remoto donde no lleguen los cajeros del banco Santander, pero si la
hay ¿alguien se apunta?
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