Resulta
curioso como muchas personas rechazan la debilidad, el error, la duda, el
fallo, la equivocación, la ansiedad… y tantas otras cosas que nos suelen
apestar siempre en el otro. Las máquinas en cambio nunca se equivocan, ni
cometen errores, ni fallan: solamente se enchufa, se conectan, se programan, se
desconectan y cumplen su función. Ningún problema ¿verdad? Cuando una máquina
falla, casi seguro que el error está en el humano que la programó o que la
descuidó. Es para pensárselo.
Si
eres una persona, que para suerte o desgracia tiene una imagen más o menos
pública, o sabes que hay gente que te observa, que cree en ti, que te sigue,
que confía en tu trabajo, en lo que dices, en lo que haces y con la que sientes
un compromiso de coherencia, entonces ya no da igual. Si eres una persona en la
que se confía de forma pública, has firmado un contrato invisible de coherencia
y congruencia que te obliga a ser ejemplo de aquello que estás predicando.
El
peso de la decisión es otra cosa. Un tema es tu imagen pública, en la que los
demás se reflejan y otra muy distinta, es el peso de la decisión y lo que es
más importante, la ejecución de la misma. La imagen que proyectamos a los
demás, no deja de ser una esclavitud. El que se sabe observado, suele preferir
no mojarse, o no ser quien decida precisamente por miedo a equivocase
haciéndolo y perder esa imagen.
Por
otra parte, los cambios verdaderos solo vienen de la mano de quienes han
perdido el miedo al peso de la decisión y a ejecutarla. Hay que perder el miedo
a la imagen para ejecutar una decisión porque esto implica en ocasiones
mancharse las manos y hacer lo necesario cuando sabes que es algo que quizás no
vayan a entender. Cuando hay que dar un paso para avanzar y responsabilizarte
de ello salga bien o salga mal, la imagen y lo que puedan decir quienes no se
atrevan a darlo, se ha de ir a la mierda.
LOS FASCISMOS POLÍTICAMENTE CORRECTOS
Los
cambios no vienen solos. Y más cuando los consensos políticamente correctos,
crean fascismos mucho más graves que los propios fascismos abanderados. Los
fascismos políticamente correctos SON PEORES que los de bandera ¿sabes por qué?
Porque utilizan el silencio y el miedo como arma de poder. Les da igual lo que
haya pasado realmente o cuál sea el conflicto real, simplemente lo desprecian
porque “no existe” según sus parámetros políticamente correctos.
La
manera de matar de los fascismos políticamente correctos, es no reconocer la
existencia del delito. Si no hay cuerpo, no hay crimen. Si no hay crimen, no
hay delito. Si no hay delito, no ha pasado nada. Y si no ha pasado nada, no
puedes luchar “contra la nada” porque no existe normativa que te proteja de “la
nada”. Cuando quiero decirte algo sin decírtelo, te suelo preguntar ¿te suena?
Me gusta hacerte pensar, no quiero criar borregos. Si para el sistema eres
invisible, jamás te pasará nada… ni si quiera estás en el sistema, y por ende
no puedes acogerte a las normas del mismo.
La
violencia más peligrosa, es la invisible porque no la ves venir. Porque no sale
en la foto, porque no la publican los medios de comunicación, porque no se
penaliza según las normas políticamente correctas que nos gobiernan. No hay
peor violencia que la impunidad en las leyes de estos fascismos para los cuales
ni existimos. No quieren que existamos, por eso no nos miran a la cara, ni nos
escuchan, ni nos reconocen. Actúan como si no existiéramos, pero EXISTIMOS Y
ESTAMOS AQUÍ, y por mucho que les pese, vamos a cambiar las cosas.
Se
acabó lo que se daba: se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el
auto-engaño, la sugestión y la piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que
tienes que hacer, aunque lo estés
deseando como un febril borrego. Ahora sabes más que antes, porque lo que acabas de leer aquí es verdad.
¿Qué no te gusta? No te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas.
Vamos ¿por qué no te largas? ¿todavía sigues aquí? Ya estás tardando…
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