Lucía se había ido de viaje sola a disfrutar del mar y a
reencontrarse con su amor verdadero al que creía que había perdido en una isla
que parecía atrapar a todo aquel que allí llegaba. Con el mar Mediterráneo de
fondo panorámico, a plena luz del día, estaba dispuesta a no dejarse vencer por
la soledad y disfrutar cada momento. Por fin había dado el paso y ya era tarde
para echarse atrás.
Llegó a una terraza apetecible y se sentó a esperar que
la atendieran. A su alrededor solamente había parejas. Mirara donde mirara,
solamente había parejitas felices que parecían estar disfrutando más que ella.
A pesar de ello reunió el valor necesario para quedarse. Nunca lo había hecho
antes, pero allí estaba. Un gentil camarero se acercó y le preguntó qué iba a
tomar. Lucía se vino arriba y pidió una paella…
Lo siento, pero no
hacemos paella para uno: Esa fue la respuesta
del camarero que provocó el berrinche, la llorera, la pataleta infantil y el
drama existencial. Pero espera, mejor digo pseudodrama, porque hasta aquí y
ahora, en Lucía y el Sexo de Julio Medem, año 2001, que es de donde
está sacada esta escena… que yo sepa, no se ha muerto nadie. Parece que la
colega tiene que dramatizar y echarse el mundo por montera para escaparse sola
unos días a la playa y pedir una paella. Vamos ¡todo un reto humano!
Mira hija, si en el chiringuito al que vas no ponen
paellas para uno, y solo lo hacen para un mínimo de dos personas, pues te
levantas y te vas. Buscas otro chiringuito, otra terraza, te das un paseo, te
tomas una caña, te relajas, pides un bocadillo de calamares o una fideua, otra
paella o un cucurucho de pescaíto frito con una jarra de cerveza, que según
donde vayas, bien vale una buena sobremesa a la sombra, antes de echarse una
siesta de campeonato de las que hacen que te reconcilies con el mundo.
MESA PARA UNO, DIME
¿QUÉ
PROBLEMA HAY?
La prota de la película y muchas otras personas, se
quejan de que el mundo está dimensionando en módulos de dos personas. Se quejan
de ello como si el mundo les debiera algo. Yo soy más del prota del Club de la Lucha de David Fincher, año 1999 y
de sus “raciones individuales”. Ni que decir tiene que en esta otra película
(perdón, quería decir peliculón) cualquier compañía parece resultar tóxica, y
todo comienza de una forma solitaria, monótona y gris. Pero vamos a ver…
¿Acaso si te haces llamar single te resulta más cómodo?
Métete a meetic y conoce gente si te sientes raro pidiendo paella para uno, o
te da vergüenza entrar solo a un restaurante, o sentarte en una terraza y pedir
un gin-tonic. Si tienes que cuadrarte siempre con alguien para viajar… ¿cuándo
viajas? ¿Qué pasa? ¿Qué por alguna clase de vergüenza incierta vas a dejar de
hacer o de disfrutar las cosas que quieres hacer por ser uno?
El drama vende y seguirá vendiendo, eso no se puede
evitar; pero el argumento de doncella desdichada tanto para ellas como para
ellos, es vetusto, obsoleto, penoso, culpabilizante, denigrante, barato y un
largo etcétera. Pero sobre todo, es un argumento inútil y poco práctico. Nos
pasamos la vida queriendo hacer cosas y a la vez aplazándolas por no poder, o
por no considerar que es el momento adecuado, pero dime…
¿CUÁNDO VA A LLEGAR EL MOMENTO?
Y te lo digo por mí el primero: me he reservado tantas
veces para momentos especiales que no parecían llegar nunca que un día me
harté. No es que lleve una vida que se distinga especialmente de otra
cualquiera, solamente “hago lo que puedo” ¿OK? pero he visto tantas
oportunidades pasar por delante de mi geta, que si ahora me apetece escaparme a
una isla, sentarme en un chiringuito y pedirme una paella para uno, no monto un
drama de doncella desconsolada en plan “todo el mundo está en mi contra” como
la colega Lucía.
¿Qué hago? Pues me levanto y me voy a comerme esa paella
a otra parte, que en algún lado la pondrán. Pero si puedo, hago mi plan… lo que
implica que de vez en cuando voy a tener que hacerlo solo. ¿Y sabes una cosa?
Si no estás acostumbrado, la primera igual te cuesta; pero cuando vez que lo
haces y realmente “no pasa nada” aprendes a disfrutar mucho más de tu tiempo,
en lugar de quedar a expensas de otros. Es fácil: si puedes hacerlo ¿por qué
no?
Hay tiempo para todo: para el trabajo, para la familia,
para los amigos, para la pareja y también para uno mismo. Y no sé por qué, al
final el que suele salir perdiendo en esta escala de tiempos, es éste último.
Quizás si esta cajita llamada “tiempo para uno mismo” estuviera más llena,
podríamos llevar las otras mucho mejor de lo que las tenemos. Queremos llegar a
todo y nos quedamos nosotros para el final ¿te suena de algo? A mí me suena en
exceso. Lo que sí te puedo garantizar, es que nadie se muere por pedir mesa
para uno, sentarse y cenar lo que le gusta.
Se
acabó lo que se daba: se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el
auto-engaño, la sugestión y la piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que tienes que hacer,
aunque lo estés deseando como un febril borrego. Ahora sabes más que antes,
porque lo que
acabas de leer aquí es verdad.
¿Qué no te gusta? No te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas.
Vamos ¿por qué no te largas? ¿todavía sigues aquí? Ya
estás tardando…
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