Escribo y miro mi maleta. La tengo a un lado, abierta
porque todavía me quedan cosas por meter. La miro y siento envidia de los
peces, porque los peces no tienen memoria y no les cuesta empezar de cero una y
otra vez. No sienten la pérdida, no les afectan los cambios, no tienen malos
recuerdos ni buenos recuerdos… no tienen recuerdos. Simplemente avanzan sin
sentir el lastre. Ojalá fuera un pez.
No quiero meter nada viejo, nada que me pese después y
que ya haga tiempo que no me ponga. Esas prendas que uno no se pone nunca y
quedan olvidadas en el fondo del armario, suelen salir a relucir cuando tienes
que hacer una maleta. A veces las metes por si acaso, y cuando la cargas y
llegas al destino, ahí se quedan. Un peso inútil nada más: un afecto
equivocado. Los recuerdos tampoco deberían pesar, pero lo hacen.
No soy de hacerme dramas, al menos de puertas para
fuera. De puertas para dentro debo reconocer que sí soy bastante peliculero.
Después en la vida real mis películas no me sirven de mucho, pero me dan
material para escribir novelas. Novelas que pueden parecer reales, pero novelas
al fin y al cabo: películas en papel, o desahogos como yo las llamo. Si no
escribiera reventaría.
Está científicamente demostrado, que las tareas
domésticas no se terminan solas: doy fe. La plancha jamás se moverá por sí
misma y te dejará todas las camisas chapéau,
a menos que la susodicha sea guiada por Mary
Poppins. La maleta no es una excepción, no se va a llenar ni a cerrar sola. Tengo unas pocas
horas para terminarlo todo en casa y dejarlo todo preparado antes de salir.
Solo lo imprescindible: esa es mi norma para nunca facturar en los aeropuertos.
La jodienda del tema es esta ¿qué es lo
imprescindible? ¿qué necesito realmente? Si bien los artículos de higiene
personal y las mudas de ropa interior son necesarias e innegociables, tengo
mucho que ponerme y poco espacio. Mary
Poppins no es real, creo que fue el primer fraude Disney que pude
experimentar en mi vida. Ella no va a decidir por mí, porque sencillamente no
existe. Cuando era pequeño me la creí, en cambio, hoy le presto mucha más
credibilidad a Batman, por poner un ejemplo estúpido.
Ya lo he hecho otras veces, hacer el equipaje no me
resulta un trauma… más bien todo lo contrario. Suele ser motivo de alegría, de
vacaciones, de tiempo libre, de ir a un lugar diferente que te saque de la
rutina. Esta vez es algo distinto: esta vez es un cambio más serio y el fin de
una etapa y el inicio de otra llena más de incertidumbres que de seguridades.
Pero bueno, si lo pienso bien ¿cuándo hubo una sola seguridad? Que responda el
pez, que ya ha olvidado la pregunta nada más oírla, si es que realmente la oyó.
Se
acabó lo que se daba: se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el
auto-engaño, la sugestión y la piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que
tienes que hacer, aunque lo estés deseando como un febril
borrego. Ahora sabes más que antes, porque lo que acabas de leer aquí es verdad. ¿Qué no te gusta?
No te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas. Vamos ¿por qué no
te largas? ¿todavía sigues aquí? Ya estás tardando…
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