Estando
de vacaciones, había quedado para comer con unos compañeros de trabajo que
están en la sede regional, en una conocida localidad de la #CostaDelSol. Me
bajé del autobús como cualquier otro guiri y como había llegado con tiempo de
sobra, estaba buscando una terraza simpática para apurar una caña antes de
llegar al lugar donde había quedado. De pronto avisto a una señora mayor que
desde una silla de ruedas, me está haciendo señales para llamar mi atención con
cara de apuro. Allá que voy:
–Dígame señora-
–A ver majo si puedes ayudarme tirando de
la silla un rato, que yo ya tengo los brazos cansados y no puedo-
–Por supuesto, no se preocupe. Usted dígame
dónde la dejo y allá que vamos-
–¡Ay qué bien! Pues mira, acércame a la
puerta del Mercadona y allí ya me apaño yo-
–¿Dónde el centro comercial?-
–Sí, justo allí-
–Desde donde estamos, todo recto ¿no?-
–Sí, sí… allí mismo-
–Ok señora, pues delo por hecho-
Una
tarea fácil y honorable allá donde las haya, y a la que ningún hombre que se
precie debiera negarse ¿verdad? Pues lo cierto es que la silla pesaba una
barbaridad. Si pesaba para mí, que soy un hombre joven y capaz, entiendo que
para la pobre señora que se encontraba impedida, hacer ese trayecto a diario
tendría que ser un auténtico suplicio, si no encontraba ayuda para hacer ese
tramo de avenida. No me lo quiero ni imaginar: el simple hecho de ir a hacer la
compra, sería una misión imposible.
Mientras
empujaba la silla, no sé por qué me vino a la mente (insisto, no sé por qué
pero había algo que me escamaba) que podría ser objeto de un timo, una broma o
una cámara oculta. Llámame neuras, pero me dio ese feeling en cuanto me puse a
tirar de la silla. Y cuando tengo un feeling, algo hay. Me acababa de bajar del
autobús de los guiris, y mi cara de “madrileño” estaba bien a la vista. Podría
venir alguien por detrás a levantarme la cartera, teniendo yo las manos
ocupadas y sin poder salir corriendo detrás del chorizo, para no dejar a la
mujer allí colgada.
Por
otro lado, la señora me contaba su vida: me dijo que era viuda, que tenía una
hija viviendo en Londres ya casada y haciendo su vida bla, bla, bla… Aprecié
que se había perfumado de sobremanera y acicalado como si no hubiera un mañana.
Del tipo de señora mayor que se adorna con perlas, anillos vistosos con grandes
pedruscos y emplea el maquillaje de forma excesiva. Por esa zona no es raro, es
más bien habitual encontrarse con señoras de avanzada edad haciendo
ostentación, aunque ello alcance niveles vergonzantes en cuanto a lo
anti-estético del alarde: estamos en plena #CostaDelSol y hay mucha gente mayor
que viene a esta zona a retirarse y a vivir de sus rentas.
Una vez
plantados en la misma puerta del Mercadona pregunté –¿Todo en orden señora? ¿la dejo aquí?- la señora empieza a
abanicarse de forma acelerada y con una improvisada dramatización adornada con
mucho cuento (sí he dicho cuento) me respondió –Ay mira, que me acabo de acordar que tenía que pasar un momento por el
locutorio de al lado de casa ¡qué cabeza tengo!- Aquí es donde me mosqueo,
porque de alguna manera ya sabía que me estaban tomando el pelo ¿un despiste?
Bueno, por el momento aceptamos, seamos bienpensados: se trata de una señora mayor
en silla de ruedas. Sigamos:
–¿Y dónde está el locutorio?-
–En la acera de enfrente-
–Ok, eso está hecho-
–No te importa ¿verdad majo?-
–No se preocupe, que yo la dejo en la
puerta del locutorio-
–¡Qué amable eres! Desde luego, que suerte
he tenido contigo-
–Señora, a mandar-
–Cuando lleguemos al locutorio, me esperas
dos minutos y te invito a algo-
–No es necesario señora-
–Que sí hombre que sí, además tengo una
criada marroquí que prepara cosas muy buenas. Te subes a casa y te invito a
comer-
–No se preocupe de verdad, gracias por el
ofrecimiento-
GRACIAS SEÑORA, NO INSISTA
Pues
cruzamos la calle empujando la silla. Me estaba agobiando, porque la indefensa
señora en silla de ruedas, no dejaba de insistir en invitarme a algo y a subir a
su casa. De forma educada y paciente –De
verdad señora, muchas gracias pero no es necesario. No insista- se
convirtió en un mantra, que me hacía aguantar el tipo con suma educación y
corrección hasta que llegamos a la puerta del locutorio. Había un escalón
insalvable para una silla de ruedas que había que sortear para que la señora
pudiera entrar. Pisé un apoyo de los que tenía la silla de ruedas por detrás
para poder hacer palanca. La silla pesaba mucho y tenía que tener cuidado para
que no se me fuera –Sujétese fuerte que
vamos para dentro ¿OK?- le dije a la buena mujer.
Ya con
media silla dentro, me percato de que la chica que está en el mostrador del
locutorio, se está tapando la boca porque se está descojonando de la risa. Y yo
pienso –¿Será gilipollas ésta tía? ¿qué
pasa? ¿qué le hace gracia ver como en su local una persona impedida tiene
dificultades de acceso?- Ya con la silla de ruedas dentro del todo, la tipa
seguía riéndose. Me la quedo mirando fijamente y muy serio –Oye, en vez de reírte tanto… podrías tener
esto en cuenta para habilitar en tu local una rampa de acceso a discapacitados
¿no crees?- le dije en un tono seco y muy borde, que quienes me conocen
saben que solamente empleo cuando “dicto sentencia”. Y el colmo, es que la del
locutorio termina por quitarse la mano de la boca, para pasar a reírse a
carcajada limpia. Pero espera, que lo mejor viene ahora:
DE PRONTO ¡SE OBRÓ EL
MILAGRO!
Ocurre
algo que hace que me quede clavado en el sitio. La señora mayor supuestamente
impedida, de pronto se levanta de la silla de ruedas con una agilidad pasmosa
ante la incredulidad de mis ojos. Coge la silla que con ella encima pesaba mil
demonios y la pliega, como se plegan las bicicletas para meterlas en el coche.
Como si lo hiciera todos los días. Me quedo blanco, incrédulo… en efecto me
habían tomado el pelo por la raíz. Y si la chica del locutorio se reía, era
porque ya sabía de qué iba el rollo. La señora me coge del brazo, y con una
sonrisa maléfica me dice:
–Espérame aquí dos minutos que no tardo nada
¿OK? Y te invito a tomar algo- ante mi estupefacción.
–Señora, debo irme- dije dando dos pasos
atrás, como si me hubiera cogido del brazo el mismísimo demonio.
Y
entonces la dependienta del locutorio, saltó con confianza hacía su clienta habitual–¿Qué pasa Doña Carmen? ¿qué ya no sabe qué
hacer para subírselos a casa?- Lo
dicho: corre y no mires atrás
¿Moraleja? Ni todas las que parecen víctimas lo
son, ni todas las víctimas que sí lo son, parecen serlo.
Se
acabó lo que se daba: se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el
auto-engaño, la sugestión y la piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que tienes que hacer,
aunque lo estés deseando como un febril borrego. Ahora sabes más que antes,
porque lo que
acabas de leer aquí es verdad. ¿Qué no te gusta? No
te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas. Vamos ¿por qué no te
largas? ¿todavía sigues aquí? Ya
estás tardando…
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