Digamos que por ejemplo
estoy en la oficina y que es media mañana. Digamos que podría ser un día
cualquiera, pero que por poner un día, pongamos que es lunes. Digamos que los
motores están calentando, que ya ha despertado el gran público, y que entra la
primera llamada. Hay que atenderla y la atiendo. Digamos que cuelgo el
teléfono, y que al otro lado había una persona igual que yo, de la que solo
conozco la voz y su nombre. Digamos que respiro hondo y que miro por la ventana
porque estoy, pero no estoy. Digamos que fuera hace un sol espectacular, y que
hace un buen día. No tendría por qué ser así, pero hace un día para estar en
cualquier parte, menos en la oficina. Digamos que hay silencio y que todo está
más o menos tranquilo. Tranquilidad interrumpida por esporádicas llamadas y
correos electrónicos que entran, y que ponen el trabajo sobre la mesa, poco a
poco. Digamos que sí, que es un día cualquiera, pero fuera sigue haciendo sol. Alguien
se levanta para ir a por un café, y al pasar por mi puesto me pregunta:
–Miguel
¿quieres algo de la máquina?-
–Paz
interior. Si hay, quiero paz interior- No es la primera vez que lo
digo, ya me conocen. Parece que lo digo de broma y así se lo toman, para
amenizar la conversación, pero es lo que deseo realmente. Tengo por costumbre
decir casi todo lo que pienso. Digo casi todo, porque si fuera todo… no podría
vivir en sociedad.
–De
eso no hay en la máquina, ya lo sabes- me responden, dándome por
imposible y poniéndome los pies en la tierra.
–Entonces
nada. Gracias-
–¿Seguro?-
–Gracias,
de verdad. Ya bajo después y aprovecho para fumar un cigarro-
Hubiera pedido también #amor verdadero, traído directamente de
la máquina expendedora. Pero eso me lo aguanto, no lo pido. Ni si quiera
intento decirlo o expresarlo. Ni aunque fuera una broma, porque con eso jamás
bromeo. Sé que si la máquina expendedora, no es capaz de dar paz interior,
mucho menos va a entregar algo tan valioso como #amor verdadero: es un absurdo, un imposible. Si un paquete de galletas oreo, o una barra de muesli, que a casi todo el mundo agrada,
es tan asequible y está tan a mano en la máquina expendedora ¿cuánto valdría un
paquete de #amor verdadero? Igual
piensas que hoy se me ha ido la pinza. Igual no te falta razón, porque estoy
harto de dar la talla conmigo mismo. Hoy, un día que podría ser cualquiera, a
media mañana en la oficina, me lo voy a tomar libre.
¿Cómo?
¿Uno puede cogerse vacaciones un lunes a media mañana en mitad de la jornada
laboral? puedes preguntarte: este
tío ¿de qué va? Pues yo te digo, que si son “vacaciones de uno mismo”, me
temo que sí. Eso sí se puede. Eso no tiene que autorizártelo nadie. Solamente
tengo que hacer bien mi trabajo, coger el teléfono y tratar todos los e-mails
que me vayan llegando. Pero fuera sigue haciendo sol, y si me doy cuenta de
ello, es que sigo vivo… Y si sigo vivo, quiere decir que puedo elegir cómo
sentirme. Entre bien o mal, esas dos son mis opciones. Y tales opciones están
al mismo nivel de libertad. Las dos están a mi alcance. Si a ciencia cierta sé
que de la máquina expendedora, no voy a poder sacar lo que deseo con toda mi
alma y todo mi corazón, no voy a esperar a que nadie venga y me lo traiga. No
voy a sentirme mal por ello, porque por el mismo precio, puedo sentirme bien.
Fuera
sigue haciendo sol
Pasa el tiempo, casi una
hora. Estoy limpiándolo todo, no se queda nada sin contestar: es mi trabajo y
tengo que hacerlo. Es una realidad insalvable. La que me sustenta a la hora de
la verdad, y contra la que no caben dudas ni filosofías. Lo he dejado todo
tratado y el teléfono, de momento no suena. Es la hora del café. Me levanto y
voy a la máquina expendedora, sin esperar encontrar la felicidad en ella, la
paz interior, o el #amor verdadero.
Si la máquina solamente puede ponerme un café, no voy a pedirle más de lo que
me pueda dar. Sería un error esperar que me entregara algo distinto. Meto una
moneda, le doy al botón del café con leche… y eso es lo que obtengo. Retiro el
café que está casi hirviendo, eso es lo que la máquina puede darme.
Voy hacia la salida,
porque sé que fuera hace sol. Podría ser de otra manera, pero hoy en concreto,
un día cualquiera… hace sol. Salgo y por fin me da el sol en la cara. Me doy
cuenta de ello porque estoy vivo. Me enciendo un cigarro y me tomo el café de
la máquina. Busco un lugar donde poder disfrutar de ese momento, y entre
sentirme mal o sentirme bien, elijo sentirme bien, porque ambas cosas están a
mi alcance por el mismo precio. Me siento bien. Estoy vivo y me siento bien
porque por fin me da el sol en la cara. No he esperado a que nadie me lo trajera
de la máquina, que solo puede dar café, muesli
y galletas oreo. He salido yo a
buscarlo. Podría ser un día cualquiera, podría ser hoy el día en el que elijo
sentirme bien.
Se
acabó lo que se daba: se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el
auto-engaño, la sugestión y la piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que tienes que hacer,
aunque lo estés deseando como un febril borrego. Ahora sabes más que antes,
porque lo que
acabas de leer aquí es verdad. ¿Qué no te gusta? No
te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas. Vamos ¿por qué no te
largas? ¿todavía sigues aquí? Ya
estás tardando…
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