Seguía respirando,
estaba allí, con un sudor frío en la estación de Barrio del Pilar, con pinta de pincel formalito y buena gente. Un
pin-pín a punto de terminar la carrera, inocente y bien intencionado como lo
era yo en aquel momento. Estaba temblando, porque todo estaba igual, y sabía
que en algún momento aparecería ella, y no sabía cómo iba a reaccionar. Me di
cuenta que Rocky estaba en el andén
de enfrente, con cara de estar esperando al metro y sin mirarme, sin darme una
instrucción o una orden, con las manos atrás paseando como si la cosa no fuera
con él. –Pero ¿qué tengo que hacer? Esto
no puede pasar dos veces, no es real… ¡no puede ser real!- Al momento, el
sonido propio del tren acercándose, se hizo eco en la estación. El momento se
estaba acercando y sin saber qué hacer, opté por respirar hondo y aceptar la
situación.
Ante lo inminente, los
dos trenes a la par, en las vías paralelas fueron cerrando poco a poco, el
ángulo de visión a mi anfitrión, que se limitó a señalarme en la distancia, con
un gesto de “te estoy vigilando”, justo antes de desaparecer detrás de un vagón
a toda velocidad. Me puse firme cuán militar, y entendí que si el destino, o el
dedo burlón de dios me habían colocado allí, debía ser por algo. Temía
desmoronarme en cuanto la viera bajarse del vagón, por todo lo que significaba. Fuera real o fuera un sueño, tenía que hacerlo bien y no podía
permitirme el lujo de fallar y convertirme en un eterno fantasma hasta el fin
del mundo. Solo había una diferencia en ese escenario quince años atrás y el
ahora… yo ya no era el mismo.
Había llegado la hora de
la verdad. El tren se detuvo y se abrieron las puertas ¿qué tenía qué hacer con
la rosa? ¿qué hice aquel día? ¿se la di o esperé? No me acordaba, pero sabía
que no tardaría en verla ¿qué haría un chaval de veinte años quince años atrás
cuando no había tanta tontería, ni cálculos de eficiencia? ¿qué haría un joven
en su primera cita? Creo que ese era el objeto. Si tenía que compensar a esa
chica por lo que no hice en su momento, en esa primera cita, tan importante
como lo fue en mi vida y en la suya, no debía calcular nada. Lo hiciera bien, o
lo hiciera mal, tenía que ser yo. Saqué la rosa de su escondite, y esperé a
ubicarla entre todo el gentío. Nervioso e impaciente, como cualquier novato, como
cualquier chaval ansioso por querer impresionar a la chica con la que se va a
encontrar. La gente me pasaba por todos lados, yo trataba de hacer memoria
porque no lo recordaba así. Creía recordar que…
–¡Hola boquerón!- noté detrás de mí, aquella voz, que no se me
olvidará en la puta vida.
–¡Hola
estatua!-
respondí de forma cuasi-institiva, con su mote al oír el mío. Dios, hacía años
que no me acordaba de eso. Así nos llamábamos el uno al otro.
–No…
¡estatua tú! Yo llegué primero-
–Pues
empezamos bien, si llega la chica antes que el chico… Y ¿dónde estabas, no te
había visto?-
–Estaba
viendo las caras que ponías… he llegado diez minutos antes-
–Vaya,
pues perdona por haber llegado tarde-
–No pasa
nada, si además no has llegado tarde, he llegado yo demasiado pronto-
–¿Seguro?-
–Pensaba
que iba a tardar más, pero la combinación me ha salido rápida-
–Toma, es
para ti-
creo que hacía tiempo que no sentía un alivio mayor, que el de por fin
desembarazarme de esa rosa envuelta, que había comprado en la floristería de al
lado del instituto, justo detrás de casa de mis padres.
–Anda… ¿Y
esto? Muchas gracias-
se la acercó a la nariz con agrado y mi alivio aumentó.
Joder… le tuve que pedir dinero a mi
madre, y explicarle que había invitado a cenar a una chica, para que me diera
más que de costumbre. No trabajaba todavía, me quedaban todavía un par de
cursos para terminar la carrera. Habíamos quedado en secreto para cenar, para
que nadie de la pandilla se enterara y no hubiera revuelo, ni cotilleo, ni
gente pinchando y cortando de lo que no le importara. Era algo verdadero,
nuestro, precisamente lo que había estado echando tanto de menos en los últimos
años. Hacía tiempo que no me sentía así. No había dónde caerse muerto, ni casa,
ni coche, ni trabajo… éramos estudiantes y simplemente, queríamos estar juntos.
Sin más juegos y sin más tonterías. Fuimos dando un paseo hasta La Vaguada: el plan era cena y cine.
Yo me moría de ganas por reventar y
contarle todo lo que me había pasado, pero no podía hacerlo. ¿Cómo le iba a
decir que esto era un viaje en el tiempo y que después de diñarla Rocky Balboa me había devuelto a ese
momento para arreglar algo? Suena de locos ¿verdad? Creo que si yo le debía
algo a aquella chica, era escuchar y estar un rato callado (un imposible para
mí). Nunca antes le había llevado una rosa a una chica, me refiero… sin
tonterías, a una chica que realmente me gustara de verdad. Sentados ya en el
italiano donde fuimos a cenar, decidimos pasar del cine y apurar lo que
teníamos de escasa noche por delante, hablando y paseando por la zona. Al día
siguiente, cómo no… había que estudiar, así que no había mucho tiempo.
–No dices
nada… ¿estás bien?-
–Te estoy
escuchando-
–Ya veo,
ya… pero ¿en qué piensas?-
–Si te lo
dijera, te irías corriendo-
–No me asustes-
–Pensaba
en que me gusta que hayamos quedado así, sin decírselo a nadie-
–¿Por
qué?-
–Porque es
especial-
Paseando, no sabía si cogerla de la mano
o no ¿se podía hacer eso en una primera cita? El tiempo pasaba y se acercaba la
hora de irse a casita como los niños buenos. Fuimos a Plaza de Castilla, donde
ella tenía que coger el autobús, pero hasta que llegara la hora, todavía
quedaba tiempo para un paseo cortito. Hacía cada vez más frío, del que te moja
la nariz y te mete las manos en los bolsillos, y yo no sabía ni qué decir, ni
qué hacer, ni cómo despedirme. Nos quedamos parados esperando bajo la
marquesina del 151, que tocaba para que ella volviera.
Parecía que el viento se había envenenado
con el frío, calando hasta el hueso y cortando el habla soplando cada vez más
fuerte, mientras ella y yo estábamos protegidos por una columna de las del
intercambiador. Todo empezó a temblar, pero ni ella ni nadie parecían inmutarse
o darse cuenta. Las papeleras empezaron a volar y los coches a estrellarse unos
con otros. El pavimento se doblaba y el suelo se abría. La realidad se estaba
tambaleando como un castillo de naipes a nuestro alrededor, pero no nos
afectaba. Las torres amenazaban con un pandeo macabro, y faltaba el aire. No
era el frío, ni tampoco el viento, ni si quiera un terremoto… sentí un agujero
en el pecho que me estaba dejando sin habla, pero ella se pegaba a mí como si
estuviésemos en primavera y nada estuviera pasando. Un autobús de los verdes,
se acercaba entre todo ese desvarío… como cuando en un sueño todo parece
desmoronarse, sin que a nadie le afecte, sin que nadie se dé cuenta, menos al
que sueña, que sufre la agonía de aquel momento que nunca llega.
–¿Qué vas
a hacer ahora cuando llegues?- me preguntó con su dulce voz de locutora de
radio de madrugada. Para ella todo era normal, pero solo era un escenario y ni
ella ni nada de aquello era real. Caí en la cuenta de que todo era una cinta
grabada, y que tocaba al fin de su primera cara. El autobús se asentó mientras
ella comenzaba a hablar sola, y yo me elevaba sin saber por qué, viéndome a mí
mismo, como una proyección, diciéndole algo al oído y alejándome de aquella
columna tan segura que servía de resguardo. Estaba siendo aspirado, como si me
estuvieran arrancando de la tierra. Quería volver a aferrarme a ese momento
como fuera, sentía que no lo había aprovechado, que podía haber hecho más, que
podía haberlo hecho mejor… pero no podía volver. Esa inocencia no volvería a
existir jamás. Estaba siendo arrastrado por mi propio agujero negro, nacido de
mi pecho y deseoso de llenar un vacío, que a modo de torbellino, iba
destrozándolo todo incluido a mí.
Sentí un golpe fuerte en la espalda, como
si me hubiera estrellado contra un muro, que me hizo caerme de culo, sobre un
suelo frío y mojado. Quise levantar la cabeza, pero la flojera era absoluta y
mi visión borrosa. Solo pude percatarme que era un lugar cerrado, como el fondo
de un pozo, o un sótano iluminado escasamente por una bombilla parpadeante.
Quería abrir la boca para hablar pero no podía, mientras escuchaba unos pasos
sólidos y firmes. Pude distinguir unos pies enormes que se clavaron delante de
mí y una voz que me obligaba…
–Venga
¡levántate!-
–No puedo…
de verdad que no puedo-
–¡Vamos!- y cogiéndome de la
camisa Rocky me levantó de un solo
impulso.
–¿Por qué
me has hecho esto? ¿por qué me has arrancado?-
–Has
tenido tu oportunidad, espero que la hayas aprovechado-
–No lo sé…
no sé si lo hecho bien o mal, pero quería seguir-
–No digas
tonterías, no ha sido más que un sueño del pasado-
–Pero ella
era real… todo parecía real-
[continuará en parte IV] Si
te perdiste la parte II.
Se acabó lo que se daba:
se acabó la tontería, la estupidez, la feria, el auto-engaño, la sugestión y la
piedad contigo mismo. No te voy a decir lo que tienes que hacer, aunque lo estés
deseando como un febril borrego. Ahora sabes más que antes, porque lo que acabas de leer aquí es
verdad. ¿Qué
no te gusta? No te preocupes, siempre te quedarán las comedias románticas.
Vamos ¿por qué no te largas? ¿todavía sigues aquí? Ya estás tardando…
No hay comentarios:
Publicar un comentario